lunes, 12 de diciembre de 2016

Un roto para un descosido

“...andábamos sin buscarnos
pero sabiendo que andábamos para encontrarnos...”
Rayuela- Julio Cortázar
Ilustrado por Filoluleando
Parte 1
Ne bougez pas (1) — dijo Teresa a su perro bichon frisé.
Mientras intentaba limpiar las patas del perro. Bañarlo a él era como bañarse ella. El perro no se quedaba quieto, necesitaba terminar rápido, porque sino el agua no iba a alcanzar. Cerró lo ojos en un momento, se imaginó en una bañera con espuma y sales, el ambiente olía a jazmín. Las bocinas por el tránsito atascado en la esquina de avenida Córdoba y Medrano la trajeron a la realidad. Hacía tiempo que había dejado los lujos y el buen pasar. Al menos no está sola, vive con Pierre en una esquina, suelen tener que comer. Teresa nunca hubiese imaginado que juntando diarios y cartón se podía vivir. Desde hace unos meses están en la esquina de la facultad. Con la fiebre del mundial los vecinos cambiaron los televisores, así que casi todos los días se encuentra en la calle cajas grandes. Teresa se dió maña y armó con las cajas un espacio íntimo donde puede dormir tranquila junto a Pierre. Allí puso un colchón y una vecina le regaló una frazada con un almohadón. En ese mundo de cartón lee libros y habla con Pierre en francés, para no olvidar esa lengua que tanto le gusta, que tantas satisfacciones le trajo. Le cuenta a su perro de los meses en que vivió en París. Fue su mejor momento en la vida. Los museos, los distritos, los cafés. Caminar las calles por las que antes había caminado Cortázar, Auster, Baudelaire. Esa experiencia, esos recuerdos nadie se los puede quitar. Por eso los repite para para no perderlos, para tenerlos bien presentes, bien cerca. En París se enamoró por primera y última vez. Cerca del río Sena dejó a Teresita y se convirtió en Teresa. Cuando regresó a Buenos Aires, era otra, se sentía más fuerte. Vivió una década intensa. Pero ningún hombre llenaba el hueco de París. Trabajó en varias galerías de arte. Se rodeaba con gente importante. Todos elogiaban su francés, era impecable. Recibía invitaciones de embajadas, cócteles, eventos de beneficencia. Hasta que su madre enfermó y todo su tiempo y dinero lo invirtió ahí. Un novio le regaló a Pierre. Menos mal, porque fue ese perro el único que estuvo con ella cuando encontró a su madre sin respirar en la cama. Luego vinieron las deudas que heredó de su familia. Primero perdió la casa donde veraneaban. Luego su piso de Barrio Norte. Más tarde su trabajo, sus muebles, la cordura, los amigos, los contactos, su prestigio. Le quedaron algunos libros, su perfecto francés y Pierre. Es viernes, víspera de fin de semana largo, las calles de la ciudad están repletas de coches, todos queriendo escapar lo antes posible para disfrutar de la libertad que puede dar un feriado. Hay mucho ruido en la calle, Pierre está alterado, entonces Teresa se altera aún más. Alrededor de ellos hay muchas botellas de plástico, todas ya están vacías. Solo queda una con agua hasta la mitad, tiene que rendir para terminar de bañar a Pierre. Un colectivo de la línea 151 comienza a tocar la bocina, se suma el conductor de un coche, y luego otro y el espacio se torna insoportable con ese ruido agudo que cala los tímpanos. Pierre comienza a ladrar, está atado a una reja, pero Teresa lo tiene agarrado bien fuerte. Primero tira unas botellas vacías. —¡Calme Pierre!(2)—grita Teresa Pierre ladra cada vez más. La bocinas aumentan. Teresa se pone nerviosa. Gira para agarrar una toalla y terminar con el baño. Pierre tira de la cuerda y Teresa se engancha en ella, se tropieza y su rodilla choca contra la única botella con agua, esta se tambalea unos segundos y termina cediendo e inclinándose. Toda el agua se escurre por los recovecos de las baldosas. Pierre sigue ladrando con su cabeza y hocico lleno de espuma. Teresa se arrodilla en el piso, extiende las manos hacia arriba y desde lo más profundo de su garganta, comienza a gritar: —¿Pourquoi? ¿Pourquoi? ¿Pourquoi Dieu?(3)

(1) —¡No te muevas! (2) —¡Tranquilo Pierre! (3) —¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué Dios?

Parte 2
Los carteles anuncian ofertas de hamburguesas, combos con gaseosas y papas fritas, el local de comidas rápida está lleno de adolescentes que se mueven en grupo, una masa compacta que va de la entrada, a la caja, y de ahí a la mesa, gritando y riendo. Hay algunos padres con sus hijos, y otras mesas las ocupan estudiantes con fotocopias y resaltadores para subrayar sus apuntes.
En una mesa de dos, hay una silla ocupada, la otra vacía. Ahí está sentado y encorvado Julio.
No hay ningún combo, ni hamburguesa, ni papas frente a él. Solo un vaso pequeño y descartable con agua. La mirada de Julio no se levanta, mira fijo hacia la mesa y el vaso. Su traje apelmazado, gastado, de color gris, aunque supo ser negro, termina de deprimir a cualquiera que pase y lo vea sentado ahí. Igual nadie lo mira. Son varias las horas que lleva ahí sentado y sólo una niña se percata de que él está ahí.
—¡Mirá papi, mirá!—grita la niña interrumpiendo a su padre, mientras señala a Julio.
—Olvidate, no tiene sentido comprar una partida de relojes a China, ya nadie usa relojes, ahora con el celular tenés hora, cronómetro, el uso horarios de otras ciudades, ya fue…—dice el padre de la niña, mientras habla por teléfono.
— ¡A ese señor le tiemblan las manos!
El señor apenas lo mira y retoma la conversación, buscan una mesa donde comer, la niña descubre el juguete que viene en la caja de la felicidad y pronto se olvida de lo acontecido hace unos segundos atrás.
Mientras tanto Julio sigue ahí. Es verdad sus manos tiemblan. Julio puede dejar pasar cualquier cosa. Menos sus manos. Son sus enemigas número uno, pero no puede cambiarlas, son parte de él. Van a todos lados con él. Por culpa de sus manos lo perdió todo. En los viejos tiempos, cuando trabajaban juntas en la relojería formaban un gran equipo y eran prescindibles en su vida. Cuando sus clientes le agradecian el trabajo realizado, ya sea el cambio de pilas, de la malla o el arreglo de un reloj antiguo que estaba en la familia hacía muchos años, Julio siempre respondía:
—Fue un trabajo que hice con ellas —y señalaba sus manos.
Pasaron momentos increíbles y luego vino el deceso. Julio había heredado la relojería de su padre, y antes había pertenecido a su abuelo. Bajo el nombre de “Le temps” el abuelo André había abierto la tienda, cuando llegó a la París de Sudamérica, dejando atrás la europea, al finalizar la década del treinta. Su relojería era de las más importantes del centro de la ciudad. El abuelo André  en sus últimos años siempre recordaba “Había días que entraba a las 8:30 y ya tenía una fila de gente en la puerta, casi no podía parar ni para comer.”
Luego le enseñó el oficio a su hijo, al padre de Julio, quien continuó con el negocio y le tocaron buenas épocas. Cuando falleció, todo quedó en manos de Julio, que había aprendido el oficio de su abuelo. Para ese entonces las tareas eran distintas, los relojes eran digitales, los clientes disminuían y solo acudían para el cambio de pilas. Hasta que un día Julio comenzó con un leve cosquilleo en sus manos, con el correr de los meses se hizo más intenso, le costaba dormir y se mareaba seguido. Todo se desencadenó en menos de un año. Ya no podía trabajar más, sus manos no lo dejaban. Tuvo que cerrar el negocio familiar. Vender las herramientas de su abuelo, los compases, porta módulos, el sacabocados del siglo XIX que había traído desde Francia. Se quedó sin nada. Ahora camina por la ciudad durante el día, recibe una mínima pensión por discapacidad y paga por semana un cuarto de hotel cerca del Abasto. Algunas noches sueña con su abuelo, que le trae un reloj de bolsillo del siglo XVII y juntos comienzan a arreglarlo, mientras hablan en francés. Esos días se levanta de mejor humor.
Julio sigue sentado en el local de comidas rápidas. Poco a poco levanta su manos, tiemblan sin parar, de a poco  se van acercando a la mesa. Una mano toma el vaso y la otra toma a la otra mano, como queriendo tranquilizarla. Entre ellas se llevan bien. Lentamente y con una vibración constante lleva el vaso de plástico hasta su boca. Toma un sorbo de agua. Con sus manos tiritando empieza a bajar el vaso y lo acerca a la mesa. Lo apoya. Mira hacia los costados. Saca las manos de la mesa, las pone al costado de su cuerpo y baja la cabeza, mirando fijo hacia la mesa, deja pasar un minuto e intenta beber un sorbo de agua otra vez.

Parte 3
Todos caminan por la calle apurados, el noventa y nueve porciento de humedad altera a la personas aún más. Todos corriendo de un lado a otro, queriendo tomar el colectivo, el tren, el subte, queriendo llegar los antes posible a la autopistas, rutas, terminales, escapar de la ciudad. Aunque es invierno el día es caluroso, las veredas y el asfalto están resbalosos, las mujeres llevan el pelo frizzado, los hombres sus frentes brillosas. Julio sale despacio del local de comidas rápidas y se dirige hacia la esquina para cruzar, espera en la vereda a que el semáforo se ponga en verde, comienza a escuchar gritos que vienen de la esquina opuesta.
¿Pourquoi? ¿Pourquoi? ¿Pourquoi Dieu?(3)
Julio llega a ver a un perro pequeño que está lleno de jabón y no para de ladrar. Los autos se  acumulan en la esquina. Corta el semáforo pero muchos quedan parados en la mitad de la calle, los transeúntes esquivan los autos, como si fuese un juego de postas, para poder llegar al otro lado de la avenida. Él se queda parado en la misma esquina, se mueve para ver de quienes son esos gritos en francés y de quien es el perro enjabonado que no para de ladrar. Otra vez el semáforo en rojo, los autos avanzan a paso lento. Cambia a verde, la zona se despeja un poco y entonces ve a una mujer agachada en el piso, llorando, golpeando con sus manos las baldosas. Julio ve alrededor de la mujer montones de  botellas de agua vacías, y el perro que sigue ladrando. La mujer levanta el torso del piso, estira sus mano y mirando hacia el cielo exclama llorando y grita. Julio ve su cara, nunca antes había visto a una mujer tan hermosa, intenta entender qué le pasa, piensa en cómo ayudarla. Sus manos ya fuera de los bolsillos tiemblan aún más. Hace mucho que no habla, que no tiene contacto con una mujer. Da media vuelta y comienza a caminar hacia donde está el local de comidas rápidas.
Entra al sitio, hace la cola en una de las cajas, cuando llega su turno una chica veinteañera con camisa a rayas y un moño granate le pregunta:
— ¡Hola! ¿Puedo tomar su pedido?
Julio se la queda mirando fijo sin decir una palabra, hasta que una de las encargadas del lugar se acerca.
— Al señor dale un vasito con agua, que viene siempre.
La chica del moño granate le entrega enseguida un vasito con agua,Julio lo toma lentamente con su mano temblorosa derecha, luego posa también su mano izquierda. Se da la vuelta y comienza a ir hacia la salida. Concentrado camina hacia la esquina. Algunas gotas se van cayendo al suelo, resbalando por sus dedos. Espera a que el semáforo corte y cuando aparece la señal verde cruza. Llega hasta la esquina donde está la mujer con el perro.
Teresa casi no tiene lágrimas para seguir derramando, se siente abatida. Pierre ya no tiene ladridos, está cansado echado a lado de su ama. Los ojos desorbitados de Teresa causan impresión a algunos de los transeúntes que pasan por la esquina. Cruzando la calle, viene caminando despacio Julio. Sostiene como puede el pequeño vaso con sus dos manos temblorosas. Teresa se da cuenta que va hacia donde está ella. Y sin decir una palabra, él le acerca el vaso y se lo entrega. Ella lo agarra con un poco de desconfianza, pero enseguida se esfuma ese sentimiento, ya que se detiene en la mirada de Julio, que la cautiva al instante y le acepta el vaso.
Julio otra vez entra al sitio de comidas rápidas, hace la cola, sin decir palabra consigue otro vaso de agua. Cruza la calle, se lo acerca a Teresa. Cruza el semáforo. Hace la fila. Derrama gotas de agua en su mano temblorosa, en el asfalto, en la mangas de su saco. Poco a poco Pierre va perdiendo la espuma de su cuerpo. Julio va y viene, cruzando la gran avenida, atraviesa los transeúntes, la vorágine pre feriado,  la cola de adolescentes que compran hamburguesas y vuelve a Teresa. En cada vaso, ella comienza a sonreír, sintiendo que algo le sale bien, ese raro sentimiento que hacía mucho no sentía: alguien se fija en ella. Julio también cambia la expresión de su rostro, los músculos de su cara no están tan tensos, sus manos siguen temblando, pero no le importa, porque sirven para algo y hacía mucho que no le pasaba.
En la entrega del vaso número quince, Teresa roza la mano de Julio. Ambos se ponen colorados. Entonces él apresura su andar, su marcha, está más incentivado, la sangre corre más deprisa por su cuerpo y los restantes seis vasos los trae más rápido. El último cúmulo de agua Teresa lo vierte en el hocico de Pierre y la osadía termina.
—¡Nous avons fini Pierre!(4)
Julio mira la escena un poco alejado. Quedó movilizado por el roce de la mano de Teresa con la suya. Teresa se levanta del suelo, alza a Pierre y lo besa en el hocico. La tristeza quedó atrás, Pierre está limpio una vez más y ella feliz como hacía tantos años que no lo estaba. Entonces busca a Julio para agradecerle. Piensa por un instante que decirle, cómo dirigirse a él.
— Muchas Gracias Monsieur, no se como retribuir este favor.
De rien Mademoiselle, Il a été un plaisir(5)— Responde Julio
Teresa abrió sus ojos, estirando los párpados y levantando las cejas. La respuesta de aquel hombre alto, de ojos grandes, claros, penetrantes, con su barba oscura y algunas canas que asomaban, su voz tan grave, elegante y cautivadora, hablándole en su idioma preferido, la tomó por sorpresa.
A ella le comenzaron a sudar las manos, a él le comenzó a latir fuerte el corazón. No podían dejar de mirarse. En ese instante cada uno dejó que la soledad se vaya por ahí de paseo indefinido. Ese viernes raro, caótico, húmedo, particular, los había juntado.  Dos nubes tormentosas chocaron y en el cielo se dibujó un relámpago. Teresa dió unos pasos adelante quedando más cerca de Julio, la distancia que los separaba se acortó. Quedaron frente a frente. Ella sintió la respiración agitada de él. Él sintió el perfume que desprendía la piel de ella. Se acercaron unos centímetros más, en sincro y sin planear cerraron los ojos y sus bocas se estrecharon. Un fuerte trueno resonó en la calle y las alarmas de los coches empezaron a sonar.
Fin

(3) —¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué Dios?
(4) —¡Terminamos Pierre!
(5) —De nada señorita, fue un placer.




Código de registro: 161212009844

domingo, 11 de diciembre de 2016

"En cada vaso, ella comienza a sonreír, sintiendo que algo le sale bien, ese raro sentimiento que hacía mucho no sentía: saber que alguien se fija en ella."

"Un roto para un descosido" ilustrado por Filoluleando