Ilustrado por Florencia Merlo |
“Whisky” dijo Hugo, el bañero de la pileta que ese verano había inmortalizado a todos los socios del club con sus fotos.
Vos sonreíste, estabas orgullosa de tu sonrisa sin dientes. Le habías pedido a todo el mundo que no te llamaran por tu nombre porque ahora eras Sindi.
Posaste con tu mejor amiga, porque sola te daba vergüenza. Tenían la misma edad y estaban todo el tiempo juntas. Como ella sí tenía todos los dientes la apodaste Condi.
Ese verano lo inauguraste con la caída de tu paleta izquierda. Con el dinero que te dejó el ratón Pérez te compraste unas antiparras, que junto con Condi, fueron tus aliadas todo el verano.
La paleta derecha se te cayó promediando enero en San Bernardo. Lo que te dejó el ratón esta vez, lo gastaste un poco jugando al pac-man, otro poco en el wonderboy y lo último en la feria hippie. Fuiste con tu hermana y elegiste una moneda de la amistad. Cuando llegaste a Buenos Aires le diste una mitad a Condi y la otra mitad te la colgaste del cuello con un hilo negro. Celebraron con un helado de agua de palito. Vos elegiste de frutilla, porque era tu preferido y ella el de limón.
En los días de verano te sentías libre. No había reloj despertador. No tenías que cumplir horarios, ni hacer la tarea, ni ponerte el uniforme del colegio. Aunque si tenías otro uniforme: la malla, el toallón de pluto, el gorro de lycra, las antiparras y las ojotas.
No todo era fácil en esos días. Tenías que enfrentar algunos desafíos cotidianos. Primero pasar por la revisación médica. Siempre rezabas para adentro un ave María para que no te encuentren ningún piojo o liendre y tenías una técnica para abrir rápido los dedos de los pies aunque sabías que no tenías nada. Escuchar el ruido del sello contra tu carnet y el saludo del doctor diciendo “Nos vemos en quinces días” te generaba un profundo alivio.
Después quedaba lo peor, pasar el laberinto de duchas que separaba el vestuario de la pileta. Respirabas hondo y pasabas a toda velocidad. Y ahí si arrancaba tu día. Te tirabas bomba, te tirabas de cabeza, te tirabas de palito. Mortal atrás, mortal adelante. Un poco de sol para secarse, el toallon de pluto como pareo y te ibas con Condi en busca de helado. A las dos le gustaba tomarlo mientras se hamacaban, charlando del futuro, y de lo que querían ser cuando sean grandes.
Y de nuevo el desafío del laberinto de duchas para ingresar otra vez a la pileta. Respirabas hondo y acelerabas tu paso. Bomba, vuelta carnero, la vertical, búsquedas del tesoro bajo el agua.
Pasaron las semanas y llegó el último día de pileta. Se terminaba tu estación del año preferida. Entonces te invadía la nostalgia. Tenías que despedirte de los chapuzones, los helados, el sol y del tiempo sin tiempo.
A una parte tuya le entusiasmaba la idea de volver al colegio. Descubrir que maestra te iba a tocar ese año. Comprar una nueva cartuchera y forrar los cuadernos.
“¿Sacamos una más por las dudas?” Dijo Hugo. Y volviste a poner tu mejor sonrisa. Era el final de la temporada. Tu cara estaba tostada. Tu nariz pelada. Era el final de tu mejor verano. Tu verano sin dientes. El verano de Sindi.
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Vos sonreíste, estabas orgullosa de tu sonrisa sin dientes. Le habías pedido a todo el mundo que no te llamaran por tu nombre porque ahora eras Sindi.
Posaste con tu mejor amiga, porque sola te daba vergüenza. Tenían la misma edad y estaban todo el tiempo juntas. Como ella sí tenía todos los dientes la apodaste Condi.
Ese verano lo inauguraste con la caída de tu paleta izquierda. Con el dinero que te dejó el ratón Pérez te compraste unas antiparras, que junto con Condi, fueron tus aliadas todo el verano.
La paleta derecha se te cayó promediando enero en San Bernardo. Lo que te dejó el ratón esta vez, lo gastaste un poco jugando al pac-man, otro poco en el wonderboy y lo último en la feria hippie. Fuiste con tu hermana y elegiste una moneda de la amistad. Cuando llegaste a Buenos Aires le diste una mitad a Condi y la otra mitad te la colgaste del cuello con un hilo negro. Celebraron con un helado de agua de palito. Vos elegiste de frutilla, porque era tu preferido y ella el de limón.
En los días de verano te sentías libre. No había reloj despertador. No tenías que cumplir horarios, ni hacer la tarea, ni ponerte el uniforme del colegio. Aunque si tenías otro uniforme: la malla, el toallón de pluto, el gorro de lycra, las antiparras y las ojotas.
No todo era fácil en esos días. Tenías que enfrentar algunos desafíos cotidianos. Primero pasar por la revisación médica. Siempre rezabas para adentro un ave María para que no te encuentren ningún piojo o liendre y tenías una técnica para abrir rápido los dedos de los pies aunque sabías que no tenías nada. Escuchar el ruido del sello contra tu carnet y el saludo del doctor diciendo “Nos vemos en quinces días” te generaba un profundo alivio.
Después quedaba lo peor, pasar el laberinto de duchas que separaba el vestuario de la pileta. Respirabas hondo y pasabas a toda velocidad. Y ahí si arrancaba tu día. Te tirabas bomba, te tirabas de cabeza, te tirabas de palito. Mortal atrás, mortal adelante. Un poco de sol para secarse, el toallon de pluto como pareo y te ibas con Condi en busca de helado. A las dos le gustaba tomarlo mientras se hamacaban, charlando del futuro, y de lo que querían ser cuando sean grandes.
Y de nuevo el desafío del laberinto de duchas para ingresar otra vez a la pileta. Respirabas hondo y acelerabas tu paso. Bomba, vuelta carnero, la vertical, búsquedas del tesoro bajo el agua.
Pasaron las semanas y llegó el último día de pileta. Se terminaba tu estación del año preferida. Entonces te invadía la nostalgia. Tenías que despedirte de los chapuzones, los helados, el sol y del tiempo sin tiempo.
A una parte tuya le entusiasmaba la idea de volver al colegio. Descubrir que maestra te iba a tocar ese año. Comprar una nueva cartuchera y forrar los cuadernos.
“¿Sacamos una más por las dudas?” Dijo Hugo. Y volviste a poner tu mejor sonrisa. Era el final de la temporada. Tu cara estaba tostada. Tu nariz pelada. Era el final de tu mejor verano. Tu verano sin dientes. El verano de Sindi.
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