miércoles, 23 de noviembre de 2016

Inés Calveiro ilustra "La señora del 12 B"

Inés piensa, dibuja, pinta, pega, despega y vuelve a montar sus ideas.
Ensambla colores y formas. Encaja trazos y texturas. Pasea en su bici, recorre las calles  de su barrio y forma su paleta de colores uniendo los tonos del saco de un transeúnte, el pelo de un perro que pasa corriendo, el tejado de una casa, el remolino de hojas y flores que quedaron apiladas por la lluvia y el viento.
Inés ensambla ideas y se inspira en su rincón del jardín, rodeada de plantas. Piensa en la frase de aquel libro y la enlaza con la escena de aquella película, con los sonidos de las noches, un poco del viento que golpea la ventana y lo junta con su respiración.
Va unificando los colores captando detalles que sólo puede observar alguien que mira la vida con ojos especiales, con ojos de collage.

Los invito a ver más de su trabajo en su web: www.inescalveiro.com

En FB https://www.facebook.com/inescalveiroartista
En Instagram: https://www.instagram.com/inescalveiro

"La señora del 12 B"

La paleta de colores elegida por Inés Calveiro para su ilustración de "La señora 12 B"

El hermoso y cálido espacio de trabajo de Inés Calveiro

Boceto de la ilustación/collage de la "Señora del 12 B" de Inés Calveiro

"...en una mano llevaba un helado de agua, sabor limón. Me encantaba el sabor cítrico que me invadía la boca. Me daba escalofríos, de esos que te hacen cerrar los ojos y encoger los hombros"

"Una señora muy alta pasó por al lado mío, llevaba un vestido color naranja, que se hamacaba en su cuerpo con cada paso que daba."

"El olor era penetrante, no pasaba desapercibido. Una mezcla de jazmín, con spray fijador para el pelo, con el interior del placard de mi abuela, que siempre estaba lleno de naftalina para las polillas. Un olor desagradable."

Detalle de la ilustración/collage de Inés Calveiro

" Trataba de concentrar mis pensamientos en otra cosa, creo que en el eterno viaje en ascensor armé un ranking de los mejores gustos de helado: limón, chocolate, crema del cielo, frutilla al agua, naranja y cuando se me ocurrió agregar tramontana a la lista, llegamos a nuestro piso. "

miércoles, 16 de noviembre de 2016

La señora del 12 B


Ilustrado por Inés Calveiro


Elba se llamaba. Sí, Elba ¿O era Elsa? Ahora entro en duda. Lo que sí me acuerdo bien es el piso en el que vivía: el 12 B. Por eso nunca registré bien su nombre. Siempre decíamos “Ahí va la señora del 12 B”. También me acuerdo muy bien de su profesión, era bibliotecaria. La primera vez que lo dijo yo era chica y no terminaba de entender qué significaba ser bibliotecaria, pensaba que trabajaba con Biblias. Con el tiempo entendí lo que hacía, me gustaba saber que conocía a una bibliotecaria.
Con mi familia nos mudamos al edificio de la calle 25 de Mayo a principio de la década de los noventa. La señora del 12 B ya vivía ahí.
Cierro los ojos y recuerdo el día en que la vi por primera vez. Volvía del colegio, venía caminando con mi mamá, en una mano llevaba un helado de agua, sabor limón. Me encantaba el sabor cítrico que me invadía la boca. Me daba escalofríos, de esos que te hacen cerrar los ojos y encoger los hombros.
La otra mano me la agarraba mi mamá, creo que hasta los 9 años siempre me llevaba de la mano y yo la dejaba, después me empezó a dar vergüenza. Estábamos en otoño, pero seguían los días con máximas de 32º. Me había sacado el corbatín del uniforme y ansiaba llegar a casa para sacarme el jumper gris y ponerme algún vestido con flores, de los que usaba en el verano. Cada tanto me agachaba y juntaba alguna hoja caída del árbol, las iba guardando en el bolsillo de la mochila que llevaba mi mamá, porque pesaba mucho para mi pequeño cuerpo de seis años. Iba cantando una canción de Xuxa y disfrutando del ruido crujiente de las hojas ocres que pisaba en el suelo.
De repente me callé. Una señora muy alta pasó por al lado mío, llevaba un vestido color naranja, que se hamacaba en su cuerpo con cada paso que daba. Los tacones golpearon la vereda caliente. Me rozó mínimamente con su cartera marrón, fue algo sutil porque ella no se dio cuenta, e inmediatamente me envolvió su perfume. El olor era penetrante, no pasaba desapercibido. Una mezcla de jazmín, con spray fijador para el pelo, con el interior del placard de mi abuela, que siempre estaba lleno de naftalina para las polillas. Un olor desagradable. Lo primero que hice fue toser. Mis diminutas fosas nasales habían aspirado demasiada fragancia. Me maree un poco, pero no le dije nada a mi mamá para que no se asustara. Además la señora siguió su camino, no la iba a volver a ver, ni sentir. Fue un pensamiento erróneo. A medida que nos acercabamos a la entrada del edificio, donde vivíamos, el olor seguía estando y yo seguía tosiendo. Mamá pensó que me había ahogado con el helado. Se apuró en sacar las llaves de su bolso y abrió la puerta. Los jazmines marchitos, el spray fijador y la naftalina estaban reunidos en el hall de entrada y allá a los lejos ella esperando el ascensor. Mi mamá avanzó hacia donde estaba la señora. Yo me escondía detrás de la diminuta figura de mi madre, al lado de aquella alta y gran señora, las dos parecíamos unas hormigas.
—Buenas tardes —dijo mi madre.
—Buenas tardes —dijo la señora.
Luego se movió a un costado saludándome a mi y ahí recién pude ver su cara. La señora llevaba anteojos, con mucho aumento, porque sus ojos eran más grandes de lo normal. Y el pelo parecía una peluca, porque los rizos eran perfectos de color caoba.
Yo me aferré más a mi madre, aplastando mi nariz contra la falda para que el olor me dejara de perseguir. Llegó el ascensor y la señora abrió las dos puertas, nos señaló para que pasemos primero, mi madre caminaba como podía con mi mochila repleta de libros, cuadernos y cartucheras, que pesaba casi como yo, y arrastrándome a mí, que me tenía pegada a su espalda.
—¿A qué piso van?— preguntó la señora.
—Noveno —respondió mi madre.
—Son nuevos en el edificio ¿Verdad? —dijo la señora—. Mi nombre es Elsa —o quizás dijo Elba no lo sé—, mucho gusto, vivo en el 12 B, cualquier cosa que necesite puede contar conmigo.
—Mucho gusto. Sí, somos nuevos, todavía nos estamos adaptando, siempre vivimos en casa, así que esto de vivir en un edificio es nuevo para nosotros. Usted también, si necesita algo me dice.
Yo trataba de contar los pisos en mi cabeza, para saber cuánto faltaba, ahora el olor era peor, estaba concentrado en un espacio reducido. Pensaba en lo fuerte que era mi mamá, que podía resistir aquel martirio olfativo sin ninguna protección. Trataba de concentrar mis pensamientos en otra cosa, creo que en el eterno viaje en ascensor armé un ranking de los mejores gustos de helado: limón, chocolate, crema del cielo, frutilla al agua, naranja y cuando se me ocurrió agregar tramontana a la lista, llegamos a nuestro piso.  Mamá abrió las dos puertas. Yo seguía en la misma posición. Mi madre se despidió y entramos a casa. Una vez cerrada la puerta respiré hondo una y otra vez, quería absorber todo el aire limpio que no había podido tener en los últimos y eternos diez minutos.
Comenzamos a coincidir día a día con ella, en el hall de entrada y en el ascensor. Entonces tuve que ir aprendiendo métodos para controlar la inhalación del aire cuando estaba en presencia de ella. Una de mis formas era contener la respiración durante el viaje en ascensor, aunque era de las más difíciles. En invierno era más fácil, al usar bufanda podía ocultar la mitad de mi cabeza en ella. También solía usar el brazo como escudo o taparme con la mochila aunque me resultara muy pesada.
Con el tiempo y con la coincidencia diaria en el ascensor me fuí acostumbrando al olor. Además la señora del 12 B comenzó a caernos bien a mi madre y a mi. Si ahora lo pienso, me doy cuenta que era buena oradora, utilizaba palabras extrañas, para mi en ese momento, pero sonaban bien. Contaba lo justo y necesario, sabía resumir sus historias y decir mucho en poco tiempo. Durante mi época de primaria, en los días de semana, y del hall al piso 9, nos fuimos poco a poco enterando cómo era su vida. Primero supimos que trabajaba en la biblioteca de un colegio, por eso siempre la encontrábamos a esa hora, su horario de salida era el mismo que el mío. Que vivía sola. No se había casado. Sólo tenía una sobrina que vivía en Bariloche y cada tanto salía con sus amigas del secundario a tomar el té. Un día nos contó que solo se enamoró una vez, pero que fue un amor no correspondido en sus años de estudiante en la Universidad de Buenos Aires. Nos habló de los poemas de Pablo Neruda, de Alfonsina Storni y de su admiración por Virginia Woolf. En una oportunidad mencionó que su sueño era viajar a Europa, conocer París, Madrid, Roma, Barcelona. Le gustaba escuchar a Mercedes Sosa, a Serrat y mirar películas de Fellini. Otro día en que ella volvía de hacer unas compras, nos contó que iba a cocinar unas empanadas que le hacía su madre con pasas de uva, tenía los ojos llorosos ese día.
Cuando comencé la secundaria mis horarios cambiaron. Iba al colegio por la mañana, dejé de verla. Cada tanto la cruzaba un sábado por la mañana en el año. Pero muchas veces entraba al edificio y sabía que ella había estado allí, porque todo el hall y el ascensor olía a su perfume.
Al iniciar la universidad tenía horarios más complicados aún y tampoco estaba mucho en casa. Trabajaba en el día, cursaba por la tarde. Tenía mucho por leer. Creo que para esa época comencé a cruzarme con los libros que ella había mencionado en los viajes en el ascensor. Después me fui a vivir a otro edificio, otro barrio, más tarde otra ciudad, otro país.  No supe más de ella.
Ayer decidí ir a pasear por el parque, bajé por el Paseo Sant Joan, necesitaba distender mi mente, dejar atrás la semana. Quería aprovechar el domingo para recargar energías y disfrutar de los primeros días de otoño, mi estación del año preferida. La calle estaba tranquila, no había muchos coches circulando. Cada tanto el timbre de una bicicleta se hacía oír para avisar que iba a pasar. Los árboles ya tenían sus hojas color ocre y cada tanto algunas se desprendían y planeaba en el aire, lentamente, hacia el suelo, allí se acumulaban formando una alfombra natural color marrón. Mi paso era rápido y el día estaba caluroso, tuve sed y paré en un super a comprar un helado, elegí uno de agua, sabor limón. Seguí caminando hasta llegar al Parque de la Ciudadela. Disfruté del gusto cítrico, del frío pegando en mi paladar y la sensación agria del limón al llegar a mi garganta. Me dio escalofríos, cerré los ojos y encogí los hombros.
Elegí un banco para sentarme a leer. Estaba por terminar un libro que había sacado de la biblioteca y debía devolver pronto. El sol me pegaba en la cara, y decidí interrumpir, por un momento, la lectura. Apoyé el libro en mi falda y cerré los ojos. Estaba cansada, necesitaba aquietar pensamientos. Traté de concentrarme en mi respiración. Inhalé y exhalé reiteradas veces. Una brisa acercó a mi nariz un olor particular. Al principio me costó reconocer qué era. Me resultaba familiar. Me esforcé y pude distinguir jazmines, fijador para el pelo, naftalina. Hacía años que no sentía ese olor, el olor a la señora del 12 B. Tres niñas que jugaban a unos metros con unas muñecas comenzaron a decir “¡Que feo olor!” y se reían mientras con sus manos se tapaban la nariz.
Abrí los ojos y vi a una señora alta, grande, de espaldas, que caminaba hacia la salida del parque. Un vestido naranja se hamacaba en su figura. La miré hasta que se perdió entre los transeúntes, su olor se quedó un rato más mientras terminaba las últimas páginas de un libro de Virginia Woolf.


Código de registro: 1611169834840

martes, 15 de noviembre de 2016


"Elba se llamaba. Sí, Elba ¿O era Elsa? Ahora entro en duda. Lo que sí me acuerdo bien es el piso en el que vivía. El 12 B. Por eso nunca registré bien su nombre. Siempre decíamos “Ahí va la señora del 12 B”. "

Próximamente "La señora del 12B" ilustrado por Inés Calveiro