miércoles, 30 de diciembre de 2015

Año de fin feliz

Ilustración: Carolina Carballo





















         El mundo occidental no siempre se guió por el calendario que hoy conocemos. En la Grecia antigua nadie hacía promesas del tipo “este año dejo de fumar” al iniciar enero. Supongo que Marco Antonio nunca publicó en facebook “¡Vamos con todo este es mi año!”. Ni en el Egipto de Cleopatra se escuchaba la frase “Nos tenemos que ver antes de que se termine el año” en los primeros días de diciembre. Pero desde que un Papa llamado Gregorio propuso e impuso el calendario Gregoriano, los primeros de enero, son para muchos una línea de salida en una carrera 12k llamada “Año”. 
Para nuestro protagonista, estas consideraciones nunca tuvieron peso. Sin embargo, cuando vivió su año más nefasto, sí llegó a desear, con todas sus fuerzas, alcanzar cuanto antes la llegada y poder terminar la maratón anual.

Eduardo era un tipo tranquilo. Nunca se metía con nadie. Pero sí muchas cosas se metían con él. Ya había pasado mitad de siglo en esta tierra. Estaba casado desde hacía veintitrés años. Tenía tres hijas mujeres. Había deseado muchísimo el varón. Había soñado con hacerlo socio del club de sus amores ni bien naciera e ir a la cancha, hablar de fútbol, de estadísticas deportivas, jugar algún partido juntos. Pero no. No pudo hacerlo. Tuvo que conformarse con llevar a sus hijas a patín, gimnasia artística, tela. Hablar de princesas, cuentos de hadas, pintarse los labios y las uñas de rosa, comprar toallitas femeninas en el super a granel.

El año de Eduardo no había comenzado muy bien. Desde la madrugada del primero de enero, cuando volvía con su familia a su casa, vieron desde la entrada del edificio que no había luz. Respiró hondo y se dispuso a subir los diez pisos que separaban su casa del hall de entrada.
Los días pasaban y la luz no volvía. La ola de calor se adueñó de la ciudad y los termómetros marcaban treinta y seis grados de sensación térmica. Eduardo estuvo sin luz por varias semanas. Su heladera no enfriaba, su ventilador no refrescaba, mientras tanto su mente se hinchaba y calentaba. “Tranquilo, todo se va a solucionar, queda un largo año por delante” se decía a sí mismo.

A principios de Marzo, precisamente el día ocho, llegó con cuatro rosas, para homenajear a las mujeres de su casa. Cuando le entregó la flor a su hija del medio, que estaba por cumplir los dieciséis años, ella le dijo:
–¡Gracias papucho, sos el mejor, vas a ser un gran abuelo! –mientras le daba un beso en la mejilla.
Eduardo se rió. Pero luego se puso serio, no había entendido. El “¡Vas a ser un gran abuelo!” no era una apreciación para dentro de varios años. Era algo que iba a pasar en ocho meses. Su segunda hija estaba embarazada. Eduardo tragó saliva y se dijo a sí mismo: “Tranquilo, todo se va a solucionar, quedan meses por delante”.

Durante el segundo trimestre del año, Eduardo tuvo que respirar hondo varias veces. Se le fundió el motor del coche, así que tuvo que gastar bastante dinero en el arreglo de su vehículo. En una inundación que sufrió su local perdió un lote de diez mil resmas de papel, que había conseguido comprar a buen precio. Pero lo peor fue cuando conoció al futuro padre de su nieto. El chico era fanático de su equipo rival. Llevaba un tatuaje con el escudo del club en el brazo. Y le llevó de regalo al bebé una pequeña camiseta con los colores que más despreciaba Eduardo. Respiro hondo y pensó “Tranquilo, todo se va a solucionar, los buenos meses ya van a llegar”.

Había pasado la mitad del año y en pocos días iniciaba la primavera. Eduardo se sentía más a gusto en la nueva estación, estaba más animado, rejuvenecido, entonces se animó a pensar: “Todo pasa rápido, hay que aprovechar más y quejarse menos”. Duró muy poco el optimismo, cuando fue a saludar a su canario Tito, que estaba con él desde hacía doce años, lo encontró inmóvil y callado. Tito había pasado a mejor vida. Por primera vez en el año Eduardo lloró y entonces empezó a agrietarse esa convicción que lo sostuvo firme hasta ese momento, su pensamiento cambió: “Tranquilo, queda poco para terminar este año”.

El último tramo del calendario, fueron días para olvidar, estuvo plagado de malas noticias. Le chocaron el coche en el estacionamiento del shopping. Tuvo que viajar un mes en colectivo a su trabajo. Durante ese mes hubo diez paros de transporte. Entonces optó por usar la bicicleta. La bici se la robaron a los cinco días de empezar a usarla. Intentó salir con tiempo de su casa e ir caminando. Por ir caminando tropezó en la calle, donde estaban haciendo un arreglo y habían dejado un gran hueco sin señalar, Eduardo sufrió un esguince. Por el esguince fue a la guardia del hospital y estuvo esperando cuatro horas para ser atendido. Le pusieron un yeso por un mes. Durante el mes del yeso, la ciudad sufrió la ola de calor más grande de los últimos cincuenta años. Encerrado en su casa. Antes de navidad. Se sentó en el sofá con la pierna apoyada en un banquito y una cerveza medio fría en su mano y el ventilador apuntando hacia él. Quiso mirar sólo y tranquilo el último partido del año que definía si su equipo mantenía la categoría de primera A o descendía a la B. Eduardo pensó “Tranquilo, ya pasaron bastantes cosas este año, no puede ser tan malo, vamos a ganar y a salvarnos”. Su equipo perdió 5 a 0.

Ya casi rendido, en el final del recorrido, la última semana de diciembre le sacaron el yeso. Eduardo había perdido varios kilos y las ganas de ver al padre de su nieto, vecinos y amigos que lo harían blanco de todas las cargadas futbolísticas habidas y por haber. Quedaban dos días para terminar su trágico año. Decidió alquilar un barril con veinte litros de cerveza, para la cena del 31 de diciembre, en casa de su hermana, con toda su familia. Quería sacarse la mufa del año bebiendo una buena cerveza con los suyos.

Entonces llegó el ansiado y último día del año. A unos metros, a unas horas estaba el final. La mujer de Eduardo, estaba alterada preparando el matambre relleno, el salpicón de ave y la ensalada de fruta.
–Eduardo podes hacer algo. Guardá por favor en la bolsa las botellas de ananá fizz que puse en el freezer.
–¡Mamaaaaaa! ¿Dónde está la planchita? –Preguntó la menor de las hijas.
–¡Ay no se nena! Buscala vos que estoy cortando el matambre. Ya me la veo a tu hermana Eduardo, criticando y diciendo que el matambre me salió seco. Todos los años lo mismo.
-¡No me compraron los pañales que les pedí!- Dijo la hija del medio mientras le daba la teta al bebé que no paraba de llorar.
–No sé, tu padre se encargaba de eso ¿Los compraste Eduardo?
Las voces femeninas, se superponían y giraban alrededor de Eduardo sin tiempo a que el contestara, y si contestaba igual sabía que no lo iban a escuchar. Entonces, Eduardo se repitió una vez más a sí mismo “Tranquilo, ya es 31”.

Aunque el plan era salir temprano, entre qué ropa me pongo, planchame esta falda, me tengo que secar el pelo, maquillarme, agarrar el matambre, salieron sin tiempo. La casa de Eduardo y la de su hermana, estaba a una distancia de cuarenta minutos en coche. Pero ese día el viaje terminó siendo de tres horas y media. En el camino se pinchó una rueda del automóvil. Eduardo no tenía la rueda de auxilio. Tuvo que llamar a la grúa y al ser una fecha tan complicada, se demoró en venir.
Llegaron pasadas las diez de la noche a casa de su hermana. Todos los estaban esperando. También es verdad que esperaban la chopera que Eduardo había dicho que llevaría. La mesa ya estaba preparada. Como no entraban todos en la tradicional mesa que estaba en el living, habían agregado dos caballetes y utilizado una puerta a modo de tabla para prolongar el espacio del banquete. Hacía calor, los ventiladores estaban encendidos al máximo. Los manteles con motivos navideños, eran opacados con las fuentes llenas de vitel toné, ensalada rusa, que había hecho la hermana de Eduardo y sumaron el salpicón de ave y el matambre que había hecho su mujer. En el patio el dueño de casa, daba vueltas las achuras, acomodaba el fuego y les contaba a todos sobre el chimichurri especial que había hecho.
En la mesada de la cocina, en un frágil equilibrio y desafiando la gravedad, había una especie de torre de jenga, formada por varios pan dulces. A los pies de esa escultura espontánea, descansaban los turrones y confites, listos para ocupar la mesa, antes del brindis.

Aunque faltaban horas para las doce, ya se escuchaba, desde temprano, el ruido de los petardos. Cada tanto el cielo se iluminaba con los fuegos artificiales que tiraban los vecinos y algunos globos de papel con fuego se elevaban hacia la luna.
Eduardo se fue al patio con su cuñado y sobrinos a instalar la chopera. No era difícil armarla, pero requería de cierta paciencia. La colocaron en una mesa especial. Como notaron que el aparato estaba goteando pusieron algo para atrapar la bebida y que no se manchara el piso. Uno de los sobrinos de Eduardo tomó el tacho en donde bebía agua el perro y lo colocó debajo de la pérdida.
No pudieron gozar de la refrescante bebida, porque las mujeres llamaron a todos a la mesa para empezar a comer de una vez por todas.
La más pequeña de la familia pidió un aplauso para los que habían hecho la comida. Una cuñada quiso decir unas palabras y pidió un brindis por el año que se iba y la abuela se quedó dormida, después de darle el primer bocado al vitel toné.

El reloj marcaba las 23:50. Las mujeres levantaron la mesa, quitando la comida salada e instalando encima las cosas dulces y las bebidas espumantes para el brindis.
Los hombres salieron a fumar al patio y retomaron su trabajo junto a la chopera. El cuñado de Eduardo notó que el tacho que habían colocado debajo del aparato estaba vacío, pero la gotera aún existían. Entonces vieron al perro de la familia, que caminaba algo mareado. “¡Pusimos en pedo al Chipi!” exclamó uno de los sobrinos. Todos rieron mientras el perro se resbalaba en el patio.
Quedaban cinco minutos para las doce. Las mujeres gritaban desde adentro. “Apurate papá que la tele dice que faltan cuatro minutos.”
Eduardo estaba agotado, había llegado lesionado, enojado, sin aliento, sin ánimo, con menos dinero, y su equipo en la B. Pensaba: “Tranquilo, ya se termina. Año nuevo, vida nueva. En unos minutos borrón y cuenta nueva.”
Entonces puso su chop delante de la canilla que iba a darle su esperada bebida. Y gritó al aire con todas sus fuerzas:
–¡Chau año de mierrrrrrda! ¡Ya no me podés joder más! –presionando la perilla del barril.
De fondo se escuchaba el conteo del presentador de la tele al unísono con las voces femeninas que estaban dentro
–Tres, dos, uno… 
– ¡¡¡Buuuuuuuum!!!
La chopera explotó y la cerveza empezó a volar por el aire, como si fuese una fuente de aguas danzantes. Los veinte litros de bebida quedaron esparcidos por el techo, paredes, piso, pelo, cuerpo y ropa de Eduardo. El barril que no soportó la presión por el fallo en la serpentina de enfriado, explotó y se desparramó en trozos metálicos que sonaron al caer al otro lado de la medianera. A su vez los petardos y fuegos artificiales eran cada vez más intensos. La sirena de los bomberos sonaba sin cesar. Y César el vecino del al lado, pegó un tiro al aire, con su calibre 22, para recibir el nuevo año.
Los sobrinos, cuñados, se reían sin entender qué había pasado. Eduardo inmóvil, con su vaso en la mano, que apenas había atrapado algo de cerveza, no reaccionaba. Primero se le dibujó una mueca en la cara. Se rió suave, al principio, y luego más y más fuerte. Hasta que paró y les dijo a todos: “Tranquilos que esto recién empieza ¡Feliz año nuevo!”.

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lunes, 28 de diciembre de 2015















"Pero desde que un Papa llamado Gregorio propuso e impuso el calendario Gregoriano, los primeros de enero son para muchos una línea de salida en una carrera 12k llamada “Año”.
Para nuestro protagonista, estas consideraciones nunca tuvieron peso. Cuando vivió su año más nefasto, sí llegó a desear, con todas sus fuerzas, alcanzar cuanto antes la llegada y poder terminar la maratón anual."

Proximamente "Año de fin feliz"
Ilustrado por: Carolina Carballo
Cuentos Finitos de Alfina Fontana 

martes, 22 de diciembre de 2015

Señorita Lylo ilustra "Los 80 golpes"

—Señorita Lylo, ¿Querés bordar uno de mis cuentos? —pregunté
—¡Sí, claro! —me respondió.
Entonces comienza. Busca referencias. Propone mil propuestas. Qué tal punto, tal hilo, “puedo hacer la trama con cadeneta”, 3d, aguja mágica o el hilo perlé... 
Hay algo que nos une con Señorita Lylo, y no es una unión hecha de hilos. Algo profundo, como el alma. Uniones que nunca se rompen a pesar de la distancia. 
Puedo completar sus frases y ella sabe interpretar mis palabras bordando uno de mis cuentos…

¿Será que en otra vida fuimos hermanas?... 


"Los 80 golpes" Ilustra/borda: Señorita Lylo

El espacio donde trabaja, hila y sueña Señorita Lylo
(PH:Elena// elapartamentophoto.com)

Señorita Lylo con sus hilos.
(PH:Elena// elapartamentophoto.com)

Los primeros bocetos antes de bordar.

"Tu mamá inicia a estirar la masa con el palote. Encendele el ventilador para que corra un poco de aire. Mientras estira, te pide que le alcances la pasta de manteca, limón y azúcar. La desparraman juntas por la masa. Luego la copita de moscato que vierte en toda la superficie. Después te pide las nueces picadas y finalmente las pasas de uva."

"Preguntale cosas acerca de la torta. Desde cuándo la hace, cómo aprendió, quién se la enseñó. La ayudas a enrollar la masa. Tu madre toma un cuchillo y a ojo y experiencia, corta la masa en trece pedazos. "

"Pensás que en cada golpe está dejando el año entero, con sus aciertos y fracasos. "

"–Cuarenta y tres, cuarenta y cuatro… ¿Me das una manito? Fijate de mezclar la manteca, con la ralladura de limón y azúcar ahí en el bowlcito."

"Observas como la lluvia de nueces y pasas quedan atrapadas por la pasta de manteca, limón, azúcar y reciben el aroma del moscato que se impregna en su textura."

"Te invade un deseo de tener las mismas ganas de cocinar. De continuar y perpetuar ese ritual, esa tradición familiar. Comenzás a imaginarte madre. Cocinando la torta en navidad."

jueves, 17 de diciembre de 2015

Los 80 golpes

Bordado de Señorita Lylo
Es 24 de diciembre. Abrís tus ojos. Sentís golpes. Dejás el sueño de lado y te acordás que fecha es. Comprendes todo. Lo que escuchás es el ruido típico de la época, entonces también recordás que tu madre debe estar inquieta. Debes ser capaz de comprenderla. No la juzgues. Intentá caminar a su paso durante el resto del día.
Dejas la cama y encendes la televisión del living. El calor te agobia, te marea. Haces un zapping fugaz. Los canales están llenos de placas naranjas, rojas, alertas amarillas. Anuncian que la sensación térmica batió todos los records. Sentís más calor. Te sudan los pies, las manos, la frente, el bozo.
Caminás a la cocina. Los golpes se sienten más fuerte. Y ahí está tu mamá. Sostiene entre sus manos la masa. La eleva en el aire, respira profundo, frunce el ceño y la tira con fuerza contra la mesada. Cuenta en voz alta cada repique:
–Dieciocho, diecinueve, veinte.
Pensás que en cada golpe está dejando el año entero, con sus aciertos y fracasos. Con cada golpe se está desquitando. El golpe veintiuno por la pelea con su mamá. El veintidós por no poder expresarse como quería en la reunión de consorcio. El veintitrés por las veces que la cuñada le recalca que tiene que hacerse la tintura porque tiene las raíces crecidas.
Vos la observás. Mirás sus manos, su energía, su entereza a pesar del calor, que en la cocina se potencia con la temperatura del horno. Te disponés a aceptar que es Noche Buena y que ella necesita de tu ayuda. Es importante que tengas paciencia, comprensión y serenidad.
No son de esos días en que canta y tararea. Son de los días en los que demanda atención. Te necesita. Te espera un día largo.
–¿Preparo tereré? –Le preguntas.
–Treinta, treinta y uno, treinta y dos. Sí, ponele muchos hielitos, exprimí dos naranjitas. Treinta y tres, treinta y cuatro, treinta y cinco.
Respira hondo, no la corrijas, ella es así y habla en diminutivo. Recordá que está estresada. Le cebas el primer tereré y se lo acercás.
–Cuarenta y tres, cuarenta y cuatro… ¿Me das una manito? Fijate de mezclar la manteca, con la ralladura de limón y azúcar ahí en el bowlcito.
Toma el tereré y retoma la concentración en la tarea de amasado. No la mires mal, ni discutas. Mezcla las cosas como te pide, hacelo con ganas. Ella debe notar que sos una aliada y no su contra.
–Setenta y uno, setenta y dos, setenta y tres, setenta y cuatro…… me faltaron comprar unos regalitos… setenta y cinco, setenta y seis, setenta y siete…¿Me acompañás más tarde? Setenta y ocho, setenta y nueve… ¡Ah! Y también quiero hacer unos cartelitos con los nombres para poner en los regalitos…. Ochenta.
Dale una respuesta positiva. Decile alguna idea de lo que puede comprar. Preguntale con qué forma quiere los cartelitos. Es preciso que no digas “cartelitos” con tono irónico, está susceptible y puede pensar que la estas cargando. Mantener un diálogo relajado las va a ayudar a las dos.
Termina de amasar y deja reposar la masa unos minutos. Vos le das otro tereré. Ella te cuenta de los problemas de su amiga Beti y que Elsa se cayó en la calle. Asistí con la cabeza, actuá con un poco de preocupación para que sienta que el tema te interesa.
Se trasladan juntas a la mesa. Tu mamá inicia a estirar la masa con el palote. Encendele el ventilador para que corra un poco de aire. Mientras estira, te pide que le alcances la pasta de manteca, limón y azúcar. La desparraman juntas por la masa. Luego la copita de moscato que vierte en toda la superficie. Después te pide las nueces picadas y finalmente las pasas de uva.
Observas como la lluvia de nueces y pasas quedan atrapadas por la pasta de manteca, limón, azúcar y reciben el aroma del moscato que se impregna en su textura.
Preguntale cosas acerca de la torta. Desde cuándo la hace, cómo aprendió, quién se la enseñó.
La ayudas a enrollar la masa. Tu madre toma un cuchillo y a ojo y experiencia, corta la masa en trece pedazos. Te pide que traigas el molde y vos le acercas los trozos y ella lo acomoda formando una rosca.
Puede ser bueno que consultes como la va a decorar. Si va a ponerles flores, cerezas o algún adorno navideño.
Te invade un deseo de tener las mismas ganas de cocinar. De continuar y perpetuar ese ritual, esa tradición familiar. Comenzás a imaginarte madre. Cocinando la torta en navidad.
Una gota de sudor cae por tu frente y te regresa al lugar.
–Compré unas ceresitas para ponerle en el centro. Y quizás le sume unas campanitas doraditas.
Dice tu mamá. Le sonreís. Te sonríe.
–Las ceresitas me gustan –Respondes.
Y ponen la torta juntas en el horno.

Bordado de Señorita Lylo





















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lunes, 14 de diciembre de 2015















"Vos la observas. Miras sus manos, su energía, su entereza a pesar del calor, que en la cocina se potencia por la temperatura del horno. Te dispones a aceptar que es Noche Buena y que ella necesita de tu ayuda."


Proximamente "Los 80 golpes"
Bordado por: Señorita Lylo
Cuentos Finitos de Alfina Fontana 

martes, 8 de diciembre de 2015

Mati Les ilustra "La base de la fortuna"

Cuando conocí a Mati Les, no hablábamos mucho, nos unía un vínculo estrictamente laboral. Pero enseguida descubrí su talento: dibujar. Advertirlo era sencillo, todos los papeles que pasaban por las manos de él, absolutamente todos aparecían con dibujos. A Mati le apasiona dibujar y su universo es su inspiración. Mati dibuja mientras cocina, mientras come, mientras va en bici, en colectivo, escuchando Kapanga, en el cine, besando a su novia, tomando mate, de vacaciones en Capilla del Monte, en un asado con amigos. Mati dibuja mientras dibuja. El puede ver más allá, encontrar en lo normal, lo anormal, convierte lo cotidiano en algo más divertido. Nos presta sus gafas, para viajar a través del tiempo y adentrarnos en su mundo.



Primero bocetos de Mati Les para el cuento "La base de la fortuna"

Primero bocetos de Mati Les para el cuento "La base de la fortuna"

"Tuve mis flaquezas también. En un día enceguecido, cuando Martín llegó al club, con lo que se había comprado, tomé mi preciado cofre con forma de cerdo y lo sacudí, para hacer que mis tesoros cayeran, sin causar daños ni sospechas."

"Agarré el martillo que papá guardaba en la caja de herramientas, y di el golpe más certero de mi vida. "

"Me vi lavando el auto de papá. Pasando la aspiradora por las alfombras, encontrando el cassette de Los Pericos debajo de un asiento. Pensábamos que lo habíamos perdido en el estacionamiento de Punta Mogotes. Así que no dije nada y lo guardé. Si todo iba bien, ya iba a tener oportunidad de escucharlo."

"Recordé los masajes en los pies a la tía Lidia ¡Que asco! Nunca pensé que iba a tocar esos pies, fue mi sacrificio más extremo."

jueves, 3 de diciembre de 2015

La base de la fortuna

Ilustrado por Mati Les



























En ese breve y efímero acto, se iban miles de esfuerzos, cantidad de sacrificios, infinitos objetivos logrados. Me daba un poco de lástima, por un lado. Pero por el otro sabía que había llegado el momento oportuno.

Cuando escuché el estallido, me sentí grande,  porque por fin lo había logrado. Y sentía felicidad, mucha felicidad.
Los pedazos parecían volar en cámara lenta. En cada fragmento  vi reflejadas las situaciones que me habían llevado a ese presente.  Le había dedicado mucho tiempo a esto.  Había depositado en él todas mis ilusiones.

Me vi lavando el auto de papá. Pasando la aspiradora por las alfombras, encontrando el cassette de Los Pericos debajo de un asiento. Pensábamos que lo habíamos perdido en el estacionamiento de Punta Mogotes. Así que no dije nada y lo guardé. Si todo iba bien,  ya iba a tener oportunidad de escucharlo.

Recordé los masajes en los pies a la tía Lidia ¡Que asco! Nunca pensé que iba a tocar esos pies, fue mi sacrificio más extremo. No sé qué fue peor, los pies hinchados y resquebrajados de la tía Lidia o el olor horrible que tenía la crema de rosa mosqueta.

También, me acordé el día en que limpie los ventanales en la casa de los abuelos y cuando terminé, junto con la leche chocolatada que me había preparado la abuela, se largó un chaparrón que ensució todo de nuevo.

Las pulseras de mostacillas que les vendí a mis primos mayores. Guille me decía que eran cosas de puto, pero no me importó nada. Hice dos rojas y blancas para los de River, tres amarillas y azules para los de boca, y una blanca y marrón para el novio de Susi que es de platense.

Reviví la tarde en que todos los chicos se iban a la pileta del club, pero yo me quedé ordenando las historietas de Guille. Lo peor fue que nunca me pago y encima mamá lo defendió como siempre.

El mejor recuerdo y mayor logro fue cuando mi hermana tuvo que pagarme para que no abriera la boca. No quería que mamá y papá se enteraran, que ese sábado a la tarde, cuando se fueron a hacer compras al Spinetto, su novio había estado en casa y se habían encerrado solos en su habitación.

Tuve mis flaquezas también. En un día enceguecido, cuando Martín llegó al club, con lo que se había comprado, tomé mi preciado cofre con forma de cerdo y lo sacudí, para hacer que mis tesoros cayeran, sin causar daños ni sospechas. Si lo rompía, estaba seguro que todos me iba a cargar y a decirme debilucho.  No hubo caso y me di por vencido. Menos mal.

Todo eso ahora quedaba atrás, quedaba lejos. Había recorrido un gran camino para llegar hasta acá. Junté toda mi valentía y fuerzas. Agarré el martillo que papá guardaba en la caja de herramientas, y di el golpe más certero de mi vida. Me sentí en la cima. Casi lo mismo que me pasaba  cuando íbamos con Guille a la montaña rusa, y el carrito llegaba  a la punta, ahí justito antes de caer. Me sentía así.

La cerámica quedó reducida en varios pedazos. Ya no había forma contenedora. Los australes y las monedas taparon los pedazos de yeso. Había muchos Bernardinos Rivadavia mirándome, algunos Urquizas, pero mi preferido y preciado era el Santiago Derqui, que al lado de la carita tenía impreso el número diez ¡Había un billete de diez!  ¡Me había olvidado!

Ahí estaba toda la plata que había ahorrado durante tanto tiempo, durante seis meses. Por fin había reunido el dinero para comprarme un walkman.  Guille iba a dejar de hacerse el canchero por tener uno. Y así fue la primera vez que rompí mi chanchito de los ahorros.


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lunes, 30 de noviembre de 2015















"En ese breve y efímero acto, se iban miles de esfuerzos, cantidad de sacrificios, infinitos objetivos logrados. Me daba un poco de lástima, por un lado. Pero por el otro, sabía que había llegado el momento oportuno."

Proximamente "La base de la fortuna"
Ilustrado por: Mati Les
Cuentos Finitos de Alfina Fontana 

jueves, 26 de noviembre de 2015

Paula González Nogueira ilustra "Labios rubí"

Cuando se enciende el sol y sus rayos iluminan la mañana, ella se enciende también.
Pone play en su discman y comienza con su lápiz a trazar líneas.
Aparecen caras, bocas, cuerpos, manos, animales humanos, humanos animales, figuras amorfas, inconexas. Boceta, dibuja, proyecta sueños oníricos, narraciones vistas, leídas, melodías repetidas, algún peatón, de algún día, de algún año....
A veces lo hace en papel, otras en una pared. O quizás plasma en alambre o prefiere una tela.
Dice más de lo que piensa. Y sin querer queriendo nos sumerge en su cabeza, nos cuenta su concepción del mundo, comparte su humor, sus preocupaciones y sus sueños.
Paula es como el fuego… sus chispas son sus dibujos... es silenciosa…ambos tienen el poder de cautivar a todo aquel que repara en ellos. El fuego, como Paula, contemplan a quienes lo miran. Pero la mayor semejanza reside en que ambos propagan, desde su interior, luz propia.




Ilustrado por: Paula González Nogueira

jueves, 19 de noviembre de 2015

Labios rubí

Ilustrado por: Paula González Nogueira




































Ese día no fue uno más. Llevaba varios años trabajando ahí, pero nunca me había pasado. También éramos varios. Pocas veces la sala se llenaba con tantas personas.
Se trataba de un hecho mediático. Habían concurrido el juez Sofía, que estaba a cargo del caso. Su asistente, algo tímido, se notaba que nunca había estado en un lugar así. El fiscal designado, que no paraba de bostezar. El comisario García que se quejaba de todo, del tránsito, del clima, del olor que había en la sala. El fotógrafo, estaba resfriado y estornudaba a cada momento. Mariano, médico obductor, amigo y compañero de todos los días, él estaba en otra sintonía, había ganado su equipo de fútbol y estaba feliz. Y por último el oficial ayudante, era muy eficiente en sus tareas, pero nunca hablaba, con Mariano lo habíamos apodado el “mudito”.
Fui el último en entrar a la sala. Me puse el delantal, las botas y el barbijo. El Fiscal se acercó y me dio la ficha con la información necesaria. La revisión policial decía: “Clara Nieves. 15 años de edad. Estado civil: soltera. Falleció el 21 de septiembre a las 2:55 am, en Av. De los Sauces 3344. Causa de la muerte: asfixia.”

Me acerqué a la mesa de acero. Del dedo del pie colgaba el cartelito con el número 707.
Ahí estaba Clara, era hermosa. Su cuerpo parecía intacto, distinto a todos los que llegaban ahí. Había visto cuerpos mutilados, golpeados, perforados, hinchados, putrefactos. Pero ella no. Ella estaba linda, parecía dormida y no muerta.
El comisario García se acercó hacia donde estaba y comenzó a explicar:
-Según las declaraciones de la madre, escuchó que alrededor de las dos y media de la madrugada, su hija se levantó para ir al baño, luego fue a la cocina. Escuchó que se acostó y a los quince minutos  se acercó al cuarto porque su hija la llamó gritando. La piba estaba comiendo una manzana, parece que se ahogó con un pedazo. La madre trató de asistirla, pero no pudo. Se asfixió y ahí murió. El quilombo es porque es la hija del candidato Nieves.
Noté que vestía un camisón. Era blanco, con los bordes rojos.
Entre Mariano y el ayudante desnudaron el cuerpo, el fotógrafo, estornudó y siguió gatillando su cámara, sacando fotos de todos los pasos.

De repente entré en un estado desconocido, como un estado de ensueño. Las voces se empezaron a desvanecer, a irse lejos, se perdían. 
Clara tenía la piel blanca, como la nieve. Me daban ganas de abrazarla, acariciarla, se la veía tan frágil. El pelo era negro como la noche. Como esas noches que se llenan de estrellas y no dan ganas de dormir. Y sus labios. Sus labios eran rojos como la sangre, bien rojos, eran demasiado tentadores. Estaba seguro que eran los más lindos que había visto en toda mi existencia. Imaginé cómo serían esos labios sobre los míos. Los imaginé dulces. Imaginé el beso más perfecto que podía existir.
Como volviendo de un sueño, escuché la voz de Mariano:
-Fernando, ¿Me estás escuchando?
-Si, si comencemos-respondí.

Pesamos el cuerpo, cincuenta kilogramos. Lo medimos, un metro sesenta y cinco centímetros. Tomé el cuchillo e inicie un tajo desde el mentón hasta la pelvis. Al abrir el cuerpo no sentí el olor desagradable de siempre, más bien era atractivo, olor a flores, a frutas, a un perfume de verano.
Mariano retiraba los órganos y los pesaba, decía en voz alta el peso y yo anotaba todo en el cuadernillo de protocolo de autopsias. No había lesiones en el tórax. El peso del corazón era normal, doscientos gramos.

Todos hablaban en la sala, no sé sobre qué, porque no escuchaba nada. Sólo veía que las bocas de los siete presentes se movían. Yo solo sentía un profundo y reconfortante silencio. Y ahí mismo, después de parpadear en una milésima de segundo, todos desaparecieron del lugar. Sólo estábamos Clara y yo. No podía dejar de mirarla. Me sentía hipnotizado.
¿Por qué no la había conocido antes? Era perfecta. La toque, pero no examinándola, sino dándole una caricia, dándole mi amor. Comencé a sacar los órganos que Mariano había colocado en los frascos con formol, que había etiquetado para mandarlos a analizar. Quise devolverle todo a su cuerpo, a su lugar. -Ya vas a estar bien mi amor, pronto te voy a sacar de acá - le dije en voz baja.
Tomé el hilo blanco y la empecé a coser. Mientras pensaba "Ya pasa, ya pasa, ya vamos a estar juntos".

Cosí. Cosí rápido, pero con amor. Sin hacerle daño. No merecía sufrir. Cosí, desde la pelvis hasta el mentón. Clara tenía los ojos cerrados, pero yo sabía que me escuchaba. Advertí que ella también me amaba.
-Fernando, ¿Qué te pasa? Todavía no terminó la autopsia ¿Por qué la coses?, no hagas boludeces que está el juez.
Mariano quería frenarme, pero yo ya estaba seguro de lo que quería. 
Corté el hilo, me quité el barbijo y me quedé apenas unos segundos contemplándola. Tanta belleza junta, no podía ser posible. No podía dejarla ahí, no podía dejarla a la vista de todos.

En un solo movimiento, la envolví en mis brazos. Las cuchillas, el bisturí, los frascos, todo cayó al piso. El formol y la sangre comenzaron a desparramarse en la balanza, en la mesa, en las baldosas.
Empujé la puerta de la sala y salí corriendo con Clara encima. Corría sin descanso por los pasillos de la morgue.
-Tranquila mi amor, ya vamos a estar juntos.
Bajé dos pisos por las escaleras, el poco personal que habitaba el edificio esa madrugada me miraba.
Llegué a mi oficina. Con mi cuerpo tumbe todas las cosas que tenía encima del escritorio y coloqué a Clara. Ahí, la miré de nuevo, era imposible dejar de mirarla, acaricié las mejillas y puse mis labios encima de sus labios rubí, nunca me había sentido así.
Fui hacia la puerta, la cerré con llave y coloqué algunos muebles por delante para que ninguna persona pueda entrar. Quería asegurarme que nadie me la iba a robar. Teníamos que recuperar el tiempo perdido. Ya no importaba si no nos habíamos conocido antes, porque ya estábamos juntos y la muerte nos había cruzado.

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lunes, 16 de noviembre de 2015















"...Y sus labios. Sus labios eran rojos como la sangre, bien rojos, eran demasiado tentadores.
Estaba seguro que eran los más lindos que había visto en toda mi existencia..."


Proximamente "Labios Rubí"
Ilustrado por: Paula González Nogueira
Cuentos Finitos de Alfina Fontana

lunes, 9 de noviembre de 2015

Mandarinadg ilustra "Los de abajo"

Desde pequeña me gustaron las mandarinas. Fueron y son mi fruta preferida. Siempre esperaba el otoño para encontrar las más sabrosas, dulces y coloridas.
Y creo que fue en otoño, de hace algunos años atrás, cuando conocí a Mandarinadg. Le convidé un mate, y entre letras babas y canciones sónicas descubrí su universo ilustrado. Dibujos inspirados en la danza, el circo, la música y naturaleza. 

Una vez le pregunté que le gustaba y me dijo “los días de sol, tener un cuaderno con bocetos, aprender canciones para cantar, hacer yoga… si querés me explayo más, pero soy simple dentro de mi verborragia dibujística…” 
Y ahí me di cuenta, después de tanto buscar, había encontrado a mi Mandarina preferida, dulce, colorida, y lo mejor, no tenía que esperar a que sea otoño, podía disfrutar de su universo ilustrado durante todo el año....



Desde aquí boceta y dibuja Mandarinadg (Magalí Mansilla)

Boceto de la ilustración para el cuento "Los de abajo".
Los monstruos exiliados salen desde abajo de las camas.

Ilustración "Los de abajo" por Mandarinadg (Magalí Mansilla)

jueves, 5 de noviembre de 2015

Los de abajo

Ilustrado por: Mandarinadg

Lo que voy a revelarles a continuación es algo sumamente importante. Las palabras que voy a transmitir no deben ser proporcionadas en vano. Ustedes deben saber este secreto. Deben saber estas estrategias.
Lo que voy a contar me lo dijo una vez mi padre, y a él se lo contó su padre y a este último su padre y así sucesivamente desde el principio de los tiempos. Ahora llegó mi momento.
No sientan vergüenza, no les pasa solo a ustedes. Nos pasó a todos, de hecho nos pasa.
A partir de hoy ustedes tienen la gracia de conocer algo que los hará intocables.
Voy a comenzar desde el principio, intentando ser claro, como lo fue mi padre hace muchos años atrás.

Todos tenemos debajo de nuestra cama a un monstruo. Absolutamente todos. Viven ahí por la noche. Y a todos nos da miedo. Algunos intentan disimularlo, ocultarlo, restarle importancia. Pero están ahí. Les aseguro que todos sienten esa amenaza. Pero solo unos pocos contamos con las claves para combatirlos y hacer que esos seres deformes, que habitan debajo de nuestra cama, permanezcan ahí como un adorno sin molestarnos.
Así que repito, ustedes son unos privilegiados. Presten atención. Aquí van mis consejos, mejor dicho la guía de consejos de nuestra familia.

Número 1: todas las noches, desde hoy y para siempre, deben entrar a la habitación de espaldas y caminando hacia atrás. Al principio debe ser una acción consciente hasta que se vuelva común y automática. Lleva unos meses, pero debe ser así para dar inicio al ritual de cada noche.

Número 2: siempre, pero siempre, deben acostarse boca abajo. Así su respiración puede ser atrapada y contenida por las sábanas o almohada. La vitalidad de los monstruos se alimenta de nuestra respiración. Acostarse boca arriba es sumamente peligroso, porque sino, nuestro aliento termina en el aire y eso los mantiene en alerta.

Número 3: todo nuestro cuerpo debe quedar tapado desde los pies hasta la cabeza, sin excepción alguna. Sin agujeros, ni huecos. También es algo que cuesta al principio, sobre todo administrar la entrada de oxígeno y la salida de dióxido de carbono. La respiración entonces debe ser suave y corta. Premeditada en conjunto con nuestra mente.

Número 4: sea la estación del año que sea, siempre deben dormir con frazada. Nada de sábanas o colchas. Frazada. Su densidad y grosor nos aíslan y funcionan como escudo protector. Hasta las mentes más brillantes piensan que las frazadas fueron inventadas para alejar el frío. La verdad es que se crearon para proteger a reyes y príncipes de los monstruos que habitaban debajo de sus camas. Luego su uso se amplió y desvirtuó. Pocos conocemos la verdadera intención de las frazadas. Ellas son aliadas en la noche, en la soledad, en la oscuridad.

Número 5: por último, es muy importante que puedan pensar  en cosas lindas. Por ejemplo, ayuda mucho pensar en gustos de helado como frambuesa, crema del cielo, limón, banana split. O en la sensación del sol cuando se posa en la cara. O en un parque verde con un arco iris. El cosquilleo al hamacarse y cerrar los ojos. Lo sabroso de una leche chocolatada. Este tipo de pensamientos aleja a los monstruos. Ellos quieren que nuestra mente esté llena de imágenes oscuras, tenebrosas, cielos grises, tierras sin luz y sabores amargos. Si se mantiene un pensamiento positivo, ellos se confunden y debilitan.

Es muy importante respetar a la perfección estos cinco puntos. Cada uno está hilvanado con el otro y se necesitan de los cinco para lograr un exitoso, sereno y profundo descanso nocturno.

Una última advertencia, este secreto ahora les pertenece y deben hacer un uso responsable de él. Solo podrán contarlo el día que tengan hijos varones. También es relevante que sepan que el día que se casen, debajo de la cama habitarán dos monstruos, el de cada uno y el de sus esposas. Hay algunos trucos para apaciguar al monstruo de sus esposas. No son plenamente eficientes pero ayudan. Uno de ellos es dejar un crucigrama con un lápiz debajo de la cama. Se comprobó hace muchos años que a los monstruos le gustan mucho los crucigramas, pueden ser una buena estrategia. O hay casos de monstruos adictos a la limonada. Dejar una jarra de esa bebida  al costado de la cama cada noche también puede ser otra forma de distraerlos.

Eso es todo, ahora solo depende de ustedes. Sean conscientes de que esto es una batalla que se libra cada noche y estos consejos, sin son cumplidos a raja tabla, aseguran la victoria del humano por sobre el monstruo, porque así ha sido por muchos siglos.

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martes, 3 de noviembre de 2015

"Lo que voy a revelarles a continuación es algo sumamente importante. Las palabras que voy a transmitir no deben ser proporcionadas en vano. Ustedes deben saber este secreto. Deben saber estas estrategias..."

Proximamente "Los de abajo"
Ilustrado por: Mandarinadg
Cuentos Finitos de Alfina Fontana




lunes, 2 de noviembre de 2015

Cuentos Finitos de Alfina Fontana


Cuentos Finitos con un fin, pero infinitos para la imaginación del lector.
Cuentos Finitos con ilustraciones e intervenciones artísticas, infinitas a la interpretación.
Cuentos finitos de Alfina Fontana. ¡Sean infinitamente bienvenidos!